La savia popular: ciencia, método y terrorismo
Querría en esta conclusión tomar la palabra en mi calidad de
mujer marroquí que manipula la escritura y el análisis, dos instrumentos
exclusivamente masculinos. Y que no me vengan a contar que en «nuestro
patrimonio ha habido siempre mujeres sabias». Nuestro patrimonio, tal como lo
he vivido de niña, de adolescente y de adulta, es un patrimonio oscurantista y
mutilador. Nací en 1940, en una familia burguesa de Fez, «capital de la
ciencia» y «centro de la civilización». Nací exactamente a quinientos metros de
la universidad Karauiyn. No se puede estar mejor situada para beneficiarse del
patrimonio y sus ventajas. Pues bien, nací ahí y fui educada por mujeres
analfabetas, encerradas no sólo físicamente, sino intelectualmente mutiladas en
nombre del honor y del modelo del ideal femenino forjado por la burguesía masculina,
la cual, por su parte, se sumergía en dicho patrimonio hasta ahogarse en él.
Mi padre me adoraba. Me llevaba el viernes en su mula a
rezar y no me perdía de vista durante las largas horas de lectura y discusión
con sus amigos. Los libros que él adoraba, y en los que se refugiaba con
asiduidad, eran, precisamente, los que trataban de la historia de la
civilización musulmana, su pasión. Pues bien, mi padre, que me quería, que
estaba empapado de patrimonio y apasionado por la civilización, me compró una chilaba
y trató de imponerme el velo a los cuatro años. Para él, no existía
contradicción entre la civilización, el refinamiento y el hecho de emparedar
viva, física y mentalmente, a una niña. Como mujer marroquí que tuvo, por
razones históricas muy precisas, y no por decisión espontánea de nuestra
burguesía, acceso a la escritura y a un título, y que aprendió, más adelante, a
distinguir los variados dispositivos terroristas que los hombres, poseedores
del monopolio del capital simbólico, me arrojaban a la cara para impedir que me
expresara o para denigrar lo que decía (lo que viene a ser lo mismo). Así es
como tuve la oportunidad de desarrollar un sexto sentido para detectar el
perfil de hombre que, en el transcurso de una conversación, ya fuera de orden profesional
o «de salón», se deslizaría, de un momento a otro, hacia el dispositivo
terrorista. Puedo describir minuciosamente ese perfil para ayudar a las demás a
identificarlo. Aunque creo que, por desgracia, son fáciles de identificar, pues
esa clase de hombres actúa contra cualquier idea de apertura, renovación o
cambio, ya sea encarnada por hombres o por mujeres.
Su terrorismo se puede resumir en dos frases:
Frase nº 1: «Lo que usted está diciendo es una idea
importada» (hace referencia al acceso al patrimonio).
Frase nº 2: «Lo que usted está diciendo no es
representativo» (hace referencia al acceso a la ciencia).
¿Qué quieren decir estas dos frases lanzadas tan a menudo a
la cara de cualquier ciudadano marroquí, sin distinción de sexo, que exprese
una idea molesta para el orden establecido? La primera supone que el individuo
que emite el mensaje se erige en guardián e intérprete legítimo y exclusivo del
patrimonio y de su contenido, y lo excluye del acceso a dicho patrimonio
nacional. No sólo le prohíbe el acceso, sino que lo acusa de la ignominia más
degradante, según su propio sistema de referencias, la traición a la causa
nacional. Usted es un agente de instancias extranjeras enemigas.
La segunda: «Lo que usted dice no es representativo», se
refiere a la ciencia, pero el mecanismo y las suposiciones son los mismos. El
emisor del mensaje se erige en supervisor general de la verdad científica. Él
tiene acceso al monopolio de la verdad científica y, en nombre de dicha verdad,
que confunde con la representatividad, le manda a usted callar.
Fue así como descubrí que la relación entre los sexos está
siempre inextricable e incondicionalmente ligada a la relación de clases. Y fue
así como descubrí que junto a esos «terroristas», que tratan de mutilar mi
derecho de expresión, había otro grupo de hombres, menos visibles, por tener
menos medios de acceso a los signos del prestigio y el poder, que encarnaban el
deseo de cambio, de vivir de una manera diferente y de progresar hacia una
sociedad más humana, en la que los seres humanos tengan derecho a la expresión,
a la creación y al acceso en pie de igualdad a los recursos nacionales.
Descubrí que aquellos hombres estaban «castrados», como yo, de su derecho al
«patrimonio» y la «ciencia», atributos y monopolios del poder masculino por
excelencia. Aquellos hombres tenían hacia mí una actitud totalmente diferente;
hacían todo lo que estaba de su mano para darme confianza en mí misma y
ayudarme a no renunciar a mi deseo de expresarme; son mis colegas y amigos de
la Facultad de Letras. Así es como comprendí la siguiente evidencia, según la
cual no se deben nunca analizar las discriminaciones sexuales fuera del
contexto de las relaciones de clase y, especialmente, cuando se trata de luchas
por el capital simbólico. Esto explica por qué el hombre progresista está tan
presente en mi vida y mi pensamiento, y por qué es tan importante que los
hombres que desean tan intensamente el cambio integren lo femenino en su teoría
y su práctica. El hombre progresista no puede nada si no reivindica su
feminidad. Y las mujeres que desean el cambio no llegan a ninguna parte, si no
se esfuerzan en romper las barreras, los obstáculos y los muros que nos ocultan
lo masculino. No hay que olvidar que hemos nacido y nos hemos criado, hombres y
mujeres, en una sociedad en la que las desigualdades de clase se han desplegado
en un campo de batalla sexualmente «segregado». De ahí la necesidad de
distanciarse de lo que sucede en los medios feministas parisienses y
neoyorquinos. Pero eso es otra historia. Volvamos al capital simbólico.
Me había percatado de que siempre que lo que expresaba en mi
conversación con «el señor de perfil-terrorista» era una reivindicación de la
igualdad de la práctica democrática, el «señor» me asestaba un golpe casi fatal
con el «patrimonio» y la «representatividad». Descubrí así que, según el
sistema de valores de ese señor, toda reivindicación de igualdad y de práctica
democrática era una reivindicación ajena al patrimonio y a la verdad
científica.
Llegué a la conclusión de que lo que mi «señor de
perfil-terrorista» reivindicaba como «patrimonio» y «verdad» científica era, en
realidad, una interpretación muy especial del patrimonio y la ciencia, que lo
situaba en una relación de clase muy precisa con respecto al capital simbólico.
Su lectura del capital simbólico, especialmente del patrimonio y la ciencia,
responde a sus intereses de clase, y es evidente que cada vez que me acorrala a
mí, una mujer que reivindica el cambio por escrito, o en un seminario, o en una
mesa redonda, o en un pasillo de la administración, o en un salón, lo que le
interesa es castrarme de los atributos «masculinos de poder» que manipulo: el
acceso al patrimonio escrito y a la ciencia.
Necesité mucho tiempo para comprender todo esto y aún más
tiempo para sonreír cuando veo a un «señor de perfil-terrorista» revestirse con
su toga de «patrimonio» y su traje de «representatividad científica» para
aprestarse a perpetrar contra mí un delito que mis antepasados hombres
practicaron tanto tiempo contra sus mujeres: la castración simbólica, la vuelta
al silencio como esencia de la feminidad y encarnación de la belleza.
Y llegamos a la pregunta que el «señor de perfil-terrorista»
no dejará de hacer cuando aparezca este libro de entrevistas con mujeres: «¿Son
representativas?»
Pues bien, querría demostrarles que un hombre que
reaccionara ante estas entrevistas planteándome la pregunta sobre su
«representatividad» se desenmascararía de inmediato en el terreno de lucha que
eligió para replegarse, es decir, el campo científico, que es el campo político
por excelencia.12
La confusión entre representatividad y ciencia no es un
azar, por el contrario, es el producto sui generis de una historia muy
específica del desarrollo de las ciencias sociales, a la que mi «terrorista» se
adhiere ciegamente, y que revela su grado de dependencia con respecto a la
«ciencia oficial» occidental;13 por otra parte, los individuos que afirman que
representatividad es igual a «cientificidad» revelan, por lo mismo, sus
carencias, sus insuficiencias y, por último, su retraso en relación a la
práctica científica y al estado de los conocimientos científicos universales.
La representatividad hace alusión a un determinado método,
el estadístico, que se basa en un enfoque muy particular, el cuantitativo, y en
una técnica determinada, el cuestionario. Luego afirmar que la práctica
científica se reduce al método estadístico, al enfoque cuantitativo y a la
técnica del cuestionario es una afirmación que no es signo de ciencia, sino de
política. Es declararse adepto al modelo estadounidense, que ha invertido en el
reduccionismo empírico no por elección científica, sino para responder a las
necesidades de la ley del beneficio, base y finalidad de un sistema capitalista
edificado en torno a la publicidad y el consumo.
Se puede concebir a un estadounidense que confunde
«cientificidad» y cuantificación. Es fiel a las opciones políticas y éticas que
animan su sociedad y determinan su «ciencia oficial». Pero, ¡cómo puede
comprenderse que un marroquí tenga la misma confusión! ¿Acaso nosotros,
ciudadanos marroquíes, hemos llegado a las mismas opciones éticas y políticas,
en el terreno científico, que la sociedad estadounidense? Sólo hay dos
respuestas posibles a esta pregunta: sí o no. Si se ha elegido seguir el modelo
ético y político estadounidense en materia científica, esa elección, al
parecer, no es el resultado de un consenso. Y, por lo tanto, yo tengo derecho,
como investigadora, a distanciarme de tal opción y reivindicar otra ciencia.
Reivindicar, por ejemplo, que se privilegie el enfoque cualitativo.
Todo lo anterior es para explicar que estas entrevistas no
pretenden ser representativas, pero esto no implica que estén desprovistas de
alcance «científico», en la medida en que uno de los criterios de
«cientificidad» es la captación de lo real.
Lo real es demasiado complejo para que pueda ser reducido a
unas unidades estadísticas, sin deformarlo ni desfigurarlo. En la Encuesta
sobre el consumo y los gastos de las familias en Marruecos, basada en el
criterio de representatividad, el enfoque es cuantitativo, y la técnica, el
cuestionario. La representatividad está garantizada por la manera como ha sido
elaborada la muestra, que comprende 6309 familias: 2960 de la ciudad y 3349 del
campo. Esas 6309 familias van a proporcionarnos información sobre el consumo y
«la encuesta cubre el conjunto del territorio».14 La información, en forma de
cuadros estadísticos, que me proporciona dicha encuesta se limita a unos
conceptos que están lejos de informarme sobre una dimensión de lo real: lo
vivido. El cuadro que me ofrece «los coeficientes presupuestarios de los
grandes grupos de bienes y servicios», me informa que, en las aglomeraciones
urbanas, el 44,7% del presupuesto familiar se dedica a la rúbrica «comida y
bebida». Se trata de una información importante, pero está lejos de englobar y
explicar todas las facetas de la realidad de una familia. La entrevista de
Tahra Bent Mohámmad me transmite una cantidad de información sobre el «consumo
familiar» que ningún cuadro estadístico puede aprehender. Es absurdo que esté
defendiendo el enfoque cualitativo y la entrevista. De hecho, sólo los defiendo
porque la «ciencia oficial», importada de Nueva York, vía París, quiere
convencerme de que el cuestionario, basado en una serie de convenciones, llamadas
conceptos, y de definiciones, más o menos defectuosas y como tales admitidas
por el propio investigador, es la única técnica científica capaz de captar lo
real.
El cuestionario reduce a Tahra Bent Mohámmad a una unidad
estadística, es decir, un robot que tiene que contentarse con responder por
medio de un sí o de un no a las preguntas elegidas por el investigador. Las
preguntas que Tahra considera prioritarias o pertinentes no tienen un lugar en
el proceso de recogida de datos del cuestionario. En último extremo, al
investigador le preocupan bastante poco las prioridades que ella tiene. Pero,
peor todavía, la manera de formular las preguntas deja a Tahra Bent Mohámmad a
merced del investigador. Por ejemplo, cuando éste le pregunta cuántas proteínas
consume (carnes, huevos, productos lácteos), le impone que responda con un sí o
con un no y que identifique las cantidades de cada producto.15 Los deseos de
Tahra, sus eventuales frustraciones son inconscientemente excluidos: no
interesan al investigador. No voy a entrar en detalles metodológicos, ni
extenderme en las dificultades que el responsable del proyecto, un funcionario
de la División de Estadísticas, que ha tomado como modelo uno de los barrios
residenciales de la capital, encuentra para conseguir que Tahra comprenda su
concepto de «cuerpo graso» y consiga responder con una forma traducible a un
código estadístico. Aquí se pone de relieve la dificultad epistemológica que
aboca el cuestionario al fracaso más que al éxito, en lo concerniente a su pretensión
de delimitar lo real en el contexto del Tercer Mundo. Me limitaré a citar
algunos obstáculos fundamentales:
1. La desconfianza del ciudadano hacia el encuestador: Tahra
Bent Mohámmad suele percibir a ese funcionario del aparato estadístico del
Estado como un enemigo, con el cual se deben establecer relaciones lo más
superficiales y falsas posibles.
2. La dificultad de comunicar, situada en el plano del
diálogo, que tiene lugar entre el preguntado y el encuestador, que debe
traducir el intercambio oral que se produce entre él y el ciudadano a un código
de conceptos, variables e indicadores estrictamente definido en los despachos
de la División de Estadísticas.
3. Otro nivel de dificultades se sitúa durante la etapa de
traducción de la información, recogida en unos cuadros estadísticos. Sólo daré
un ejemplo: el concepto de media. Cuando el cuadro 1.3 me ofrece la media de
gastos por familia:16 «Es decir, el 50% de las familias gasta una media de...»,
creo que tengo derecho a preguntarme sobre la significación de ese concepto y
de todos los demás del enfoque cuantitativo que se me quieren imponer como
garantía de ciencia.
Estoy persuadida de que la única referencia para la ciencia
no puede ser más que lo real. Un método, un enfoque y una técnica son más científicos
que otros en la medida en que nos acercan a lo real con mayor fidelidad. La
fidelidad a lo real es la única regla que debe guiar nuestra tentativa de
establecer una relación científica entre nosotros y nuestro entorno. Y la
representatividad, es decir, el enfoque cuantitativo está lejos de garantizar
esa fidelidad a lo real. Será necesario no sólo multiplicar los enfoques, los
métodos y las técnicas, sino que, como ciudadanos del Tercer Mundo, debemos
estimular el uso del libre albedrío (al-ijtihad) y la innovación (al-bidaa),
estimular a los jóvenes investigadores a que sometan a prueba otros métodos y
otras técnicas en lugar de cerrarles las puertas de al-ijtihad, replegándose en
las soluciones sui generis desarrolladas en los países capitalistas.
Puedo sentirme orgullosa de mis entrevistas, en la medida en
que me ofrecen un sentido de fidelidad con lo real vivido por las mujeres, que
ningún cuadro estadístico me dio nunca. ¿Cómo y según qué reglas llevé a cabo
estas entrevistas? Empecé violando la regla número uno, aprendida en la Sorbona
y en la Universidad estadounidense en donde me formé en las «técnicas de
investigación», a saber: objetivar al entrevistado. No podía objetivar a la
mujer analfabeta, puesto que tenía con ella una relación afectiva muy especial:
me identificaba con ella. Nací en 1940, y muy pocas mujeres marroquíes de
aquella generación tuvieron acceso a la escritura, y menos todavía a la
enseñanza superior. Tengo, pues, un sentimiento muy fuerte de haber escapado al
analfabetismo por un milagro que raya en el absurdo. Para mí, tratar de que una
mujer analfabeta se exprese, es dar la palabra a ese «yo» que podría haberse
visto abocado al ancestral silencio. Mi relación con la escritura y con el uso
que hago de ella está muy condicionado por ese hecho. En los coloquios,
seminarios, mesas redondas y conferencias en los que participo, dentro y fuera
del país, y que suelen ser casi exclusivamente masculinos, me siento en la
posición de un mirón, o más bien, de una mirona. Tengo la profunda sensación de
pertenecer al mundo del analfabetismo, en el que estuve inmersa hasta los
veinte años, fecha en la que alquilé una habitación en la ciudad universitaria
de Rabat. Entonces pasé a formar parte del medio del «saber», de la «escritura»
y del «título», es decir, del medio que sigue siendo predominantemente
masculino.
Las entrevistas que he elegido para compartir con el lector,
de un total de unas cien, acumuladas desde 1970, es una selección de
entrevistas a mujeres y niñas amigas, con las cuales la complicidad de la
relación ha sobrepasado el estadio de lo superficial y la desconfianza. No es
nada fácil establecer una relación con el prójimo basada en la confianza.
¿Existen recetas, consignas para una entrevista? Yo misma estoy tratando de hacer
el balance. Las pocas reglas que parecen desprenderse han dictado la forma en
que he reorganizado las entrevistas, siendo una de esas reglas que el
entrevistador debe, en la medida de lo posible, dejar el campo libre a la
relación de igualdad y, sobre todo, mantener un espacio libre para que la
personalidad del entrevistado pueda mostrarse. Así que es necesario renunciar a
la idea de control, tan grata a las técnicas de investigación, «controlar el
proceso», decían mis iniciadores franceses y estadounidenses, saber prever y
codificar todo, en particular, el proceso de comunicación. Me enseñaron muchos
trucos, especialmente en lo que concierne a la entrevista pretendidamente no
dirigida, que se revela como uno de los métodos más empleados en los sondeos publicitarios.
Por mi parte, he aprendido que la mejor regla es saber renunciar al control,
correr el riesgo de perder el tiempo y de ponerse en ridículo. De este modo, he
aprendido que la mujer analfabeta tiene su propio ritmo de narración, y que es
preciso, en el caso de un entrevistado marroquí, aprender a sentir ese ritmo y
a respetarlo.
La entrevista de Habiba la vidente confirma mi intuición: la
personalidad de la entrevistada es tal que el papel del entrevistador debe
limitarse al de mero receptáculo, un simple espacio en el que se despliega y
refleja una experiencia coherente y sólidamente estructurada, fruto de la lucha
cotidiana contra los «ataques de riah».
He tratado, también, de limitar mi intervención en la
revisión del discurso de la entrevistada. El límite estaba en que fuera
legible. Un discurso hablado no es un discurso escrito. El discurso oral, salvo
excepciones (el de Habiba la vidente), es demasiado atomizado y demasiado
repetitivo para ser legible. He intervenido, a menudo, en el nivel del editing,
para que lo fuera. Por otra parte, he tenido cuidado de mantener en el discurso
escrito todos los detalles que muestran los malentendidos debidos a la invasión
agresiva de mi subjetividad. No siento ningún apuro al mostrar mis torpezas
como entrevistadora, al contrario, poniéndolas de manifiesto es como conseguiré
superarlas, y ésta es la segunda regla importante relativa a la entrevista,
desarrollar lo más posible la autocrítica, someterse a prueba continuamente
como subjetividad en relación con el otro.
Estas entrevistas no pretenden ser una captación
monopolística y «exclusiva» de la realidad de la mujer marroquí. Sería
contrario a la apertura que debe presidir nuestra experimentación de lo real, y
a nuestro deseo de serle fiel. Son una simple tentativa, muy humilde, de
comprender la complejidad de esa realidad. Desearía que el mayor número posible
de investigadores, hombres y mujeres, encuentren en ellas un estímulo para sus
iniciativas personales en el camino de la comprensión de los otros y de sí
mismos.
Dichas iniciativas deben multiplicarse tanto en los enfoques
como en las técnicas y presentación del material. Mi mayor deseo sería
suscitar, siguiendo los pasos de estas entrevistas, una serie de debates que
cuestionaran nuestro estatuto de detentadores de la escritura y de presuntos
depositarios legítimos de la «verdad científica», pues el arma ideológica, en
nuestro universo en el que el analfabetismo no sólo es una realidad presente
sino el horizonte del futuro, me parece el arma más temible.
Fátima Mernissi, "Prólogo", en Marruecos a través de sus mujeres, cit., p. 31-42
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